Quisiera iniciar este relato de otra manera pero ya que no se me
ocurre otra forma lo iniciare así:
Erase una vez, un chico, con la imaginación, el corazón y la percepción
de un niño pero con pensamiento de un anciano; solía sonreír por cualquier
motivo y veía el lado positivo de cualquier situación.
Una tarde, ese chico perdió toda emoción, a tal punto que era incapaz
de fingir una sonrisa. Busco un lugar alto cerca de él, lo suficiente como para
morir y se coloco a un paso del vacío. Ese chico se quedo quieto en ese lugar
por algunos minutos sin moverse y luego… se voltio y se retiro por donde llego.
Tiempo después me encontré con él y me contó esta historia, le pregunte solo una cosa “¿Por qué no saltaste?”
a lo cual respondió después de un momento de silencio con un “Sí salte, solo que no con mi cuerpo, la
persona que conoces no es la misma que alguna vez fui”.
Trate con ese sujeto durante varios años y aunque a la mayor
parte del tiempo sonreí, siempre mantiene la calma, incluso cuando parece que
la había perdido podía calmarse en unos segados. Esa siempre fue una característica
que me llamaba mucho la atención de él y que él atribuye a esa experiencia al
borde del vacío.
Con el tiempo he conocido a varias personas que sí han saltado al vació, con todo y cuerpo, y otros que no han necesitado del vacío para llegar
al mismo final; pero aquellos que han decidido no hacerlo suelen tomarse la
vida con tanta calma que a veces me impacientan.
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